NATURALEZA Y FINES DE LA ADORACION NOCTURNA

Al describir en lo que sigue la AN, nos referimos concretamente al modelo de la AN Española. Pero lo que decimos vale también más o menos para ANFE y para otros países, especialmente para los de Hispanoamérica, ya que usan normalmente el mismo Manual.

La AN es una asociación de fieles que, reunidos en grupos una vez al mes, se turnan para adorar en la noche al Señor, realmente presente en la Eucaristía, en representación de la humanidad y en el nombre de la Iglesia.
Los adoradores, una vez celebrado el Sacrificio eucarístico, permanecen durante la noche por turnos ante el Sacramento, rezando la Liturgia de las Horas y haciendo oración silenciosa.

Fines principales
Los fines de la AN son los mismos de la Eucaristía. Son aquellos fines de la adoración eucarística ya señalados por la Bula Transiturus de 1264, por el concilio de Trento, por la Mediator Dei o en la Eucharisticum mysterium: adorar con amor al mismo Cristo; adorar con Cristo al Padre «en espíritu y en verdad»; ofrecerse con Él, como víctimas penitenciales, para la salvación del mundo y para la expiación del pecado; orar, permanecer amorosamente en la presencia de Aquel que nos ama...

Éstos fines son los que una y otra vez han subrayado los Papas al dirigirse a la AN:
«El alma que ha conocido el amor de su divino Maestro tiene necesidad de permanecer largamente ante la Hostia consagrada y de adoptar, en la presencia de la humildad de Dios, una actitud muy humilde y profundamente respetuosa» (Pío XII, Alocución a la AN, Roma, AAS 45, 1953, 417).

«La presencia sacramental de Cristo es fuente de amor. Amor, en primer lugar al mismo Cristo. El encuentro eucarístico es un encuentro de amor... Y amor a nuestros hermanos. Porque la autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más próximos» (Juan Pablo II, Alocución a la AN, Madrid 31-X-1982).

En la adoración eucarística y nocturna, los fieles se unen profundamente al Sacrificio de la redención -centro absoluto de la vigilia-, acompañan a Jesús en su oración nocturna y dolorosa de Getsemaní:
«Quedáos aquí y velad conmigo... Velad y orad, para que no caigáis en tentación... En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían sobre la tierra» (Mt 26,38.41; Lc 22,44).

Los adoradores alaban al Señor y le dan gracias largamente. Le piden por el mundo y por la Iglesia, por tantas y tan gravísimas necesidades.
«En esas horas junto al Señor, os encargo que pidáis especialmente por los sacerdotes y religiosos, por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada» (Juan Pablo II, ib.).

Los adoradores, en las vigilias nocturnas, permanecen atentos al Señor de la gloria, el que vino, el que viene, el que vendrá.
«¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!. Yo os aseguro que él mismo recogerá su túnica, les hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirles. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!» (Lc 12,37-38).

Los adoradores, perseverando en la noche a la luz gloriosa de la Eucaristía, esperan en realidad el amanecer de la vida eterna, de la que precisamente la Eucaristía es prenda anticipada y ciertísima:
«La sagrada Eucaristía, en efecto, además de ser testimonio sacramental de la primera venida de Cristo, es al mismo tiempo un anuncio constante de su segunda venida gloriosa, al final de los tiempos.

«Prenda de la esperanza futura y aliento, también esperanzado, para nuestra marcha hacia la vida eterna. Ante la sagrada Hostia volvemos a escuchar aquellas dulces palabras: "venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28)» (Juan Pablo II, ib.).